¿Te acuerdas, Naul, de aquella noche? Te dejó en casa como siempre, antes de las cuatro de la madrugada. Era verano. En vez de dormir, seguiste el camino hacia el bosque y fuiste recogiendo paciente, como no habías sabido ser, los guijarros bajo tus pies: uno a la derecha, dos a la izquierda, tres a la derecha, cuatro a la izquierda... hasta que el sol te recordó que nunca podrías guardarlos todos; hasta que caíste rendida allí, en el bosque, en el límite de su casa; llevabas la falda llena de piedrecitas. Y las arrojaste todas en la puerta: una por cada beso que esperaste, dos por cada palabra que tragaste, tres por cada consuelo que no llegó... hay cosas que no pueden contarse con palabras.