Sabes que no es cierto, pero te gusta perder unos minutos antes de levantarte recordando tus paseos nocturnos. Sumergirte en el mar, perderte de tu cuerpo; ser parte del océano, dentro del vientre del mundo, por debajo de todas las cosas.
Aguantas la respiración, que se convierte en algo azul dentro de ti que te inunda y se funde con el agua. Te dejas llevar y estiras los brazos; los mueves despacio y te estiras hasta el alma, que se pierde de ti. Durante unos instantes dudas si quieres recuperarla o prefieres no volver a ese mundo de arriba.